martes, 29 de diciembre de 2009

Webcomiqueros: Por qué los webcómics patearán el blando culo de los cómics impresos

Publicado en Uncategorized por listocomics en 23/02/2009
(por Listo Entertainment)

Este autocomplaciente artículo que viene a ser la transcripción de unos apuntes para una autocomplaciente charla sobre webcómics. Léanselo enseguida que ahora mismo el tema todavía es un poco polémico pero en breve se hundirá la indústria de los cómics en papel y esto quedará más obsoleto que la serie Colombo en cintas de video Beta.
Los árboles son cojonudos. Todos los mágicos seres del reino vegetal comen dióxido de carbono y cagan oxígeno, pero los árboles molan mucho más que las lechugas o los arbustos. Sin embargo, cada año se pierde una superficie forestal de 100 km2. Estamos destruyendo los hábitats de muchos bichejos y plantas que se extinguen incluso antes de que haya habido tiempo de catalogarlos y estamos perdiendo la oportunidad de luchar contra el efecto invernadero y el calentamiento global sin tener que frenar la industrialización.
No querer contribuir en la deforestación del planeta ya tendría que ser motivo más que suficiente para preferir los webcómics a cualquier tipo de producto impreso en papel, pero aún dando por sentado que al lector medio le suda la polla la vida de los koalas y la supervivencia de la raza humana a largo plazo, los webcómics ofrecen otras ventajas que trataremos de analizar en este artículo.
No negaremos que los cómics impresos también ofrecen algunas ventajas respecto a los webcómics, pero procederemos a hacer un poco de burla de estas ventajas, más que nada por intereses gremiales. En todo caso, mofarse de las ventajas de los cómics impresos no será difícil, pues casi siempre que me he visto involucrado en conversaciones sobre el tema, el argumento que he oído más veces dice más o menos tal que así:
“Oh sí, me gusta el tocar el papel… Internet no podrá dar nunca el placer que proporciona el tacto de una publicación física en la yema de los dedos.”
Ostras. Es que lo ponen en bandeja. Hay que morderse la lengua para no decir que si la principal ventaja de los cómics tradicionales es el tacto del papel en que están impresos, más les vale irse asegurando de que dicho papel sea también suave y absorbente, porque en tiempos de crisis cada vez son más las familias que en lugar de tener el revistero junto al sofá lo tienen en el cuarto de baño. Y podríamos estar también un buen rato discutiendo la idoneidad de las publicaciones en papel para esos otros menesteres más prosaicos, pero sólo incidiremos en que los expertos también recomienda el refrescante uso del bidet como alternativa higiénica y civilizada al tradicional restregarse fibras vegetales por el culo.
Y aun respetando las filias de cada cual, no podemos más que sentirnos condescendientes ante la superioridad táctil del papel impreso al recordar que antaño en lugar de e-mails la gente escribía en papel y luego lo doblaba y lo metía en unas cosas muy bonitas llamadas sobres que sabían a rayos cuando los lamías para que se mantuviesen cerrados pero que también daban mucho gustirrinín al acariciar y que sin embargo hoy en día ya sólo se utilizan con siniestros fines publicitarios, con lo que al placer táctil de abrir el buzón físico se le concatena enseguida el placer táctil de arrugar papelacos y tirarlos a la papelera. Oh sí, oh sí.
Y, sin embargo, los cómics impresos deben tener otras ventajas que a veces se nos pasan por alto cuando hablamos de ellos. ¿Cúal debe ser el secreto de su éxito?
Igual va a ser que, en general, los cómics impresos molan más.
¿Y cómo puede ser que los cómics impresos molen más que los webcómics?
Que no vaya a ser porque antes de imprimirse han pasado un filtro de calidad.
En los webcómics no. En los webcómics no se filtra nada. Y así salen. Cualquier niñato puede hacerse una web y colgar garabatos. Hoy en día en los colegios incluso se enseña a hacer webs a los adolescentes estos que se drogan y escuchan música reguetón. Y los que son de aprendizaje lento siempre pueden poner sus viñetas en un Fotolog.
Sí, the future is now, tú también puedes dar a conocer tu obra al mundo aunque tus dibujos sean más feos que el gotelé de la ONU y tus guiones tengan menos gracia que un programa de variedades de TVE-1.
En las publicaciones impresas, sin embargo, suele haber un equipo detrás. Señores que invierten tiempo y dinero, a menudo con la esperanza de sacar del asunto más dinero del invertido o al menos recuperarlo. Y suele haber un señor que es el responsable de los contenidos al que si un adolescente zumbao logra acorralar y le enseña una tira cómica dibujada con el Paintbrush él dice:
“Está muy bien, en estos momentos no estamos buscando nuevos colaboradores pero te tendremos en cuenta si en un futuro lejano se nos ocurriese…”
“¿Os dejo mi número de teléfono?”
“Ah, uh, sí, bueno, deja lo que quieras, por mí no te cortes”.
No ahondaremos en los traumas de los jovenzuelos que, animados por cuatro comentarios positivos de sus amigotes y familiares más cercanos, se armaron de valor y ofrecieron sus servicios a alguna editorial y no recibieron nunca respuesta. A diferencia de los editoriales de libros de verdad, los editoriales de cómics no tienen fama de ser muy aficionados a responder los e-mails. Por un lado, vete a saber cuales son las normas de educación y cortesía que les inculcaron en sus casas. Y por otro lado seguramente reciben mucha basura y todos sabemos la pereza que da responder los mails que te ofrecen cosas no has solicitado (ya sean viñetas, viagra u ofertas de telefonía).
Pero bueno, lo importante es que hay por ahí un señor cuyo trabajo consiste en decidir qué contenidos tienen la calidad suficiente para aparecer impresos en el codiciado papel de las revistas y los libros, y que si no fuese por él quién sabe qué porquerías podríamos encontrar en los quioscos y librerías.
Este señor es el filtro que logra que los cómics impresos molen más que los webcómics.
Aunque también es verdad que este filtro no es perfecto. Aún dando por sentado que el responsable de los contenidos de una revista sea una persona cojonuda con un gusto exquisito capaz de distinguir una copa de Gaubança del Priorat de una copa de Ribera de Duero, su trabajo no es escoger lo que les gusta a él si no lo que gustará a las masas.
Y quién más quién menos ya sabe que las masas no tienen unos gustos tan exquisitos y no suelen encontrar demasiados matices entre una copa de leche de burra y una copa de leche de nabo.
Imagino que los señores-filtro se sientan en una mesa y van mirando la obra de las jóvenes promesas y dicen “Esto gustará, esto no gustará, esto no gustará, esto gustará” y bueno, con cuanta más gente logren sintonizar, mejor les irá el negocio.
Si son buenos en su trabajo, pillarán todos los chistes y encima adivinarán qué chistes van a pillar también las masas.
Y con el dibujo, pues más o menos lo mismo, y ya imagino que no es nada fácil saber si lo que hacen gente como Juanjo Sáez o Javier Mariscal es una mierda pinchada en un palo o una arriesgada y personalísima visión naïf del maravilloso universo plástico de los trazos y las texturas. Yo me arriesgaría a decir que lo del Mariscal es una mierda y lo del Sáez lo otro, pero la discusión podría alargarse horas y más si lo que tratamos de adivinar no es si nos gusta a nosotros si no si gustará a los compradores de revistas.
¿Cómo logran los hombres-filtro decidirse? ¿Debe haber trucos?
Os aseguro que me he leído casi todas las páginas de un par de revistas de cómics y me parece a mí que un buen truco para saber qué es lo que gustará a las masas es suponer que más o menos les gustará mañana lo mismo que les gustó ayer.
Es decir que si hace mil años a algún genio se le ocurrió caricaturizar a dos políticos como marido y mujer para hacer befa de algún pacto electoral y la gente ser rió, desde ese momento los editores de revistas apostarán por publicar una vez tras otra caricaturas de políticos flirteando, casándose o celebrando la noche de bodas.
Otro ejemplo sería la clásica tira cómica sobre un chico que intenta ligarse a una chica atractiva y ella, en lugar de sentirse halagada, reacciona con violencia física. Probablemente hubo un tiempo en que esto era un gran gag porque resultaba sorprendente y divertido que una chica reaccionase así. Pero hoy en día cualquier lector de cómics ya sabe que las tías buenas de las tiras cómicas suelen golpear a los frikis con el puño cerrado. Y sin embargo, cosas así siguen publicándose por inercia, porque si triunfaron antaño deberían triunfar una y otra vez.
O los chistes sobre un señor al que algo le sale mal y dice “esto ya no puede ir a peor” y entonces ocurre una desgracia más gorda.
O eso de que el gag de la última viñeta consista en desvelar que lo que se leía en las viñetas previas era una ensoñación del protagonista.
Etcétera.
Un grupo de científicos rusos ha realizado la prueba del Carbono-14 al humor español y han llegado a la conclusión de que algunos chistes clásicos están vagamente inspirados en unos jeroglíficos hallados en las ruinas de un templo persa.
En el mundo de los webcómics, por supuesto, también hay muchos chistes de tías buenas que golpean a frikis, pero explorando entre los clichés también es fácil encontrar un montón de ideas que no pasarían el filtro de los editores de medios tradicionales porque no son lo que se vende.
O porque no son lo que a ellos les parece que se venderá según su intuición entrenada en la observación de lo que se vendió ayer.
Y, ojo, algunas de estas ideas son bazofia pero otras son, ejem, buenas.
Porque el trabajo de los webcomiqueros es más libre, ya que no tiene que preocuparse en contentar a un señor que intenta adivinar la opinión de las masas. Por supuesto que todos los webcomiqueros quieren ser populares y tener lectores, pero algunos pueden lograrlo sin tener que preocuparse por el lector “medio”.
Incluso pueden experimentar formalmente.
Y pueden tratar temas minoritarios.
Y pueden centrarse en los guiones sin necesidad de esforzarse en hacer dibujos virtuosos (total, les van a pagar lo mismo).
Y pueden arriesgar y “pasarse de la ralla”.
Y, lo más divertido, pueden hacer chistes difíciles que no pille todo el mundo.
Porque un chiste aparecido en una revista tiene que ser fácil para que lo pille casi todo dios, pero en un webcómic puedes hacer chistes sobre física cuántica o sobre programación en Linux o sobre las novedades del sector de los videojuegos o recopilar gags privados de tu sector profesional o guiños a los lectores de algún otro webcómic o a los fans de una serie de TV.
Un chiste que sólo pille un 0′1% de la gente puede sin embargo ser un gran chiste.
Y el 0′1% de los tropocientos millones de personas que tienen acceso a internet es mucha gente.
Un ejemplo típico es el de Xkcd. ¿Quién coño entiende de narices tratan esas viñetas? El común de los mortales seguro que no, pero que le den por culo al común de los mortales. Lo bonito de los chistes difíciles es que los que los pillan no sólo se ríen sino que los mandan por correo a sus amigos para dárselas de listos. Y a la que te despistas ya tienen más lectores y han provocado bastantes más carcajadas que la tiras cómicas protagonizadas por animales que salen en La Vanguardia.
Vamos, que los webcómics pueden triunfar mucho aún estando dirigidos a un segmento muy pequeño de la población, porque la distribución se hace sola y un segmento pequeño de algo inmenso sigue siendo algo grande.
Y la calidad media de los cómics impresos puede ser más alta que la calidad media de los webcómics, claro que sí, pero la calidad media no deja de ser una calidad media, para gente media con una vida media y unos gustos medios.
Y podríamos explotar la comicidad del tema con varios ejemplos graciosos de cosas que son del gusto de la gente media, pero nos limitaremos a insistir en que a mucha gente media les encanta el tacto del papel impreso.
Luego está otra pequeña ventaja de los webcómics frente a los cómics en papel, un pequeño detalle que, intuyo, podría ser un factor decisivo en esta contienda: que son gratis.
FIN
- fuente: Listocomics.com

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